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viernes, 17 de febrero de 2012

Autoayuda, Marcelo Guerrieri




                —Es raro porque estamos con mi hermana, la mayor, en un lugar amplio, un salón.
                —Aha.
                —Parece un galpón abandonado.
                —¿Y qué hay en ese galpón?
                —Hay un tablero de ajedrez en el medio. Estamos solas. Un foco ilumina desde arriba. El resto es todo oscuro. Raro que esté todo oscuro, ¿no?
                —Y qué más...
                —Estamos enfrentadas. Es un tablero muy grande, del tamaño de una mesa. Vamos jugando y las fichas son enormes. En realidad las fichas de mi hermana son chiquitas y las mías son enormes, me cuesta un montón moverlas, sobre todo la Reina, es la ficha más grande de todas.
                —Aha.
                —Ella me come una ficha, y entonces yo me saco una prenda; cada vez que ella me come una ficha yo me saco una prenda, así hasta que quedo en ropa interior. De pronto hay mucha gente, hay tribunas, y a mí me da mucha vergüenza estar así en medio de toda esa gente.
                —¿Qué sensación tenés?
                —De angustia.
                —Aha.
                —En el pecho, en el estómago; mucha angustia.
                —¿Entonces?
                —Me visto otra vez. Y ahora todo ese galpón está bien iluminado. El tablero de ajedrez se transforma. Cada casillero se convierte en un libro. El piso es como una alfombra pero de tela de jean. Es la feria del libro. Todos los años vamos con mi hermana a la feria del libro.
                —...
                —En lugar de estar enfrentadas, ahora cada una está en una esquina, en diagonal... Lo que más me llama la atención es que estamos las dos muy tranquilas. La imagen la veo desde arriba. Hay, cómo decirlo, un equilibrio en toda la imagen. Mi hermana y yo leyendo, cada una en una esquina...
                —¿Y qué libros hay en la mesa?
                —Libros de autoayuda. Mi hermana agarra uno cualquiera. Yo hago lo mismo. Y entonces miro el libro que abrí y leo una frase.
                —¿Qué dice?
                —"Vive la vida como si cada día fuera el último".
                —Aha. ¿Y esa frase qué te produce?
                —Nada. No sé. Lo mismo que me pasa siempre con los libros de autoayuda. Te dicen cosas con las que todos estamos de acuerdo, pero claro, es fácil decirlo, pero cómo lo hacés...
                —Aha.
                —Después miro a mi hermana. Ella deja el libro. Yo hago lo mismo. Y entonces la mesa se transforma. Ahora es un ring de boxeo. Cada una en una esquina. Pataleamos sobre los libros y en vez de pegarnos con los puños, nos pegamos con las carteras. Nos damos carterazos.


Texto: Marcelo Guerrieri
Foto: Nicolás Zonvi
               

lunes, 6 de febrero de 2012

Norteamérica, Cecilia Navesnik


Decime, nena… ¿termina acá la exposición de fotografías? Norma me dijo que había algo nuevo en el centro cultural, y como el oculista me pasó el turno para la semana que viene, me vine para acá. Pero los cuadros son tan chiquitos, y están un poco altos. Con el tema de las cervicales no puedo estar tanto tiempo mirando para arriba. El fotógrafo debe ser un muchacho alto… ¿o es una chica? Si es una chica debe ser altísima. Debe ser como la nieta de Alicia. Qué chica alta ésa, está estudiando bachiller, pero con una especialidad para ser maestra… ¿O era comercial? Todavía no se acostumbra a su altura. Es una altura reciente, comprendés. Está creciendo y todavía no sabe bien cómo manejar el cuerpo. Eso pasa…
Uff… salir a la calle con este calor. Antes no hacía este calor en Buenos Aires, el verano no era tan caluroso, no. En cambio los inviernos eran mucho más fríos. Todos teníamos sabañones en esa época. Vos no debés saber lo que son los sabañones, ¿no? Mejor, nena. Jajajajaja. Yo tendría que ver dónde están los baños, tendría que pasar por el baño antes de volver a mi casa. Son casi siete cuadras, comprendés. Y con este calor voy despacio y me llevan tiempo. Además en el camino tengo que pasar por lo de Ángela. Hoy la llamé y no la encontré, pero ayer cuando hablamos…yo había terminado de mirar la novela cuando hablamos. Esa novela nueva con este chico tan buen mozo, el morocho… ¿cómo es que se llama? Ay…bueno. Es la misma historia de siempre, pero yo me entretengo. Además esas casas que muestran, ¡qué casas! Después la llamo a Ángela, y si no la vio, yo le cuento lo que pasó. Así al día siguiente entiende todo. En realidad no precisás verla todos los días para entender, se entiende igual, pero es mejor si le cuento. Y hablamos de las casas y del muchacho éste.
Hoy cuando pase por lo de Ángela me tiene que dar unas telas que le pedí. Resulta que la hija va seguido al Once y le compra telas. A Ángela le gusta coser. A mí no me gusta tanto, pero algo coso. Y la verdad es que con este calor ir a Once es una locura. Tomar el colectivo… Puedo ir en subte, pero no me gusta mucho el subte. Me siento encerrada, y la gente viene tan agobiada con tanto calor que nadie ofrece el asiento. Son como seis estaciones hasta Pasteur, y ahí tengo que caminar un poco. Prefiero tomarme el colectivo. Pero con este calor… Para ella son las flores, para la hija de Ángela. Porque le pedí que me compre unas telas a mí también y le quiero agradecer el favor. A mí no me gusta tanto coser, pero tengo que cambiar las cortinas del living y está todo tan caro. Éstas hace años que las tengo. Primero tuve las que compramos con mi marido después de casarnos; eran cremita, lo que se usaba en esa época. Pero ésas las cambié hace como quince años ya. Ahora hay tantas cosas nuevas… A la hija de Ángela le pedí a ver si me conseguía algo celeste porque el tapizado que le hice a los sillones tiene un poco de azul. Vamos a ver…
Bueno, nena. Lindas las fotografías, eh. Algunas no entendí bien qué eran, estaban un poco borrosas. Encima me dejé los lentes en casa. Como salí con los anteojos de sol, agarré ese estuche y me olvidé el otro. Pero me gustaron, tenían bastante color. En algunas había gente en ciudades que no parecían Buenos Aires, eso me gustó. Me pregunto dónde serán. Seguro es Europa, o Norteamérica. Qué hermoso…
Vení, tesoro, por favor. ¿No sabés dónde es el baño? Ay… pero qué linda que sos de cerca. Preciosa. Sin los lentes no te veía bien. Jajajajaja. El baño no será subiendo la escalera, ¿no? Si es subiendo la escalera, mejor me siento un poco antes de ir. Por suerte pusieron estos silloncitos acá. Me siento un rato, como en la peluquería. Jajajajaja. Tengo que ir a la peluquería. Le voy a decir a Ángela para ir con ella la semana que viene, el jueves. Ella el jueves puede porque a los nietos los cuida la otra abuela. Ah, no, el jueves no. El jueves tengo oculista. ¿O era el viernes? Bueno, sino le digo a Norma que todavía no tiene nietos y tiene más tiempo. De paso comentamos las fotografías. A ella también le gustó mucho la exposición, sabés. Pero no me dijo nada de los cuadros tan altos... ¿Será Norteamérica? El muchacho que las sacó debe ser altísimo.

Texto: Cecilia Navesnik
Foto: Matías Canelson