Roni
señalaba la hilera de lecops, pesos, patacones:
—¿Qué
jugamos?, ¿a la pelota o al Estanciero?
—¿Vos
qué trajiste?
Sacó
una lata de atún y un billete de dos pesos.
—Dale,
va.
Guardaron
el pozo abajo de una remera que hacía de poste.
—A
doce. Partido, revancha y bueno.
Al
minuto estaba rodando la pelota. Catrasca, al arco, entonado, las adivinaba
todas. Iban por la revancha cuando empezaron a sonar las cacerolas (naaa, ¡calesitero!... pasála... va... acá,
ca... mordéle, mordé... Uh... punta, va, ¡punta!, ¡solo!, acá, ca... ¡oool!). Ocho a siete. Cae el sol y se prenden
los focos de la luz. La gente en procesión a Plaza de Mayo y ahí la cosa cada
vez más caldeada por las cacerolas y los gritos mientras el Roni la lleva como atada,
lo marca el Momia que sabe que no llega a cruzarlo y entonces larga el
guadañazo; pero el Roni salta esquivando el golpe, hace rebotar la pelota contra la reja y
queda solo frente a Catrasca, que estira el brazo, agazapado, se toca la
gorrita; el Roni pega abajo y aunque está claro que se fue muy alto discuten si
entró o si pasó el travesaño que cada cual imagina según le conviene; para
escucharse tienen que gritar porque las cacerolas son cada vez más y no paran;
cuesta encontrar la pelota entre toda esa gente. Empatados. No hace falta que
digan nada. Siguen a diferencia de dos. Catrasca sale jugando. Ninguno
desempata y el partido no termina nunca. Un helicóptero pasa como una
exhalación mientras el Roni la
pide pero no hay manera de oírse entre el griterío, un avispero, un hormiguero
reventado, el golpe de metal contra metal pica en el aire. Catrasca se saca la
remera, están todos en cuero (uh, acá, ca,
que se vaaayan tooodos, pasá, que no queeede, dale, va, ni uno sooolo, acá, ca,
uuuh, ¡pasala, Momia!); corre gente para todos lados y la cosa se desmadra;
el Roni manotea la remera como puede; la pelota la rescata el Momia, y entre
los gases y los tiros cada uno se pierde para un lado distinto. El Roni va por
Avenida de Mayo, cruza la 9 de Julio, no puede creer toda esa gente (el eeestado de sitio... quereeemos... se lo
meeeten... comer); lleva la remera apretada en el puño, un bollo de monedas,
billetes de todos los colores, la lata de atún; en la plaza un tipo se trepó al
mástil, descuelga la bandera y la sacude en el aire, allá en lo alto. Cantan el
himno. Explotan gases lacrimógenos. Roni se escapa por Defensa. Corre doblado, llorando,
largando arcadas. Escucha tiros. Viene gente desde todas las esquinas. Llega a
lo de Catrasca y ya están todos en la puerta. Abre el bollo. No se le escapó ni
una moneda. Los vecinos prendieron un fuego en la calle. No pasan autos pero sí
un montón de gente a los gritos que va para la plaza. Arman los arcos y arranca
el bueno. Los vecinos alentando. No van a parar hasta que alguno se lleve el
pozo, gol a gol, la pide el Roni (¡pasala,
Momia!, punta, va...). La pelota sobre el empedrado. Arriba el cielo rojo y
la humareda.
Texto : Marcelo Guerrieri
Foto: Nicolás Zonvi
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