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martes, 3 de enero de 2012

Gol a gol, Marcelo Guerrieri



Roni señalaba la hilera de lecops, pesos, patacones:
—¿Qué jugamos?, ¿a la pelota o al Estanciero? 
—¿Vos qué trajiste?
Sacó una lata de atún y un billete de dos pesos.
—Dale, va.
Guardaron el pozo abajo de una remera que hacía de poste.
—A doce. Partido, revancha y bueno.
Al minuto estaba rodando la pelota. Catrasca, al arco, entonado, las adivinaba todas. Iban por la revancha cuando empezaron a sonar las cacerolas (naaa, ¡calesitero!... pasála... va... acá, ca... mordéle, mordé... Uh... punta, va, ¡punta!, ¡solo!, acá, ca... ¡oool!). Ocho a siete. Cae el sol y se prenden los focos de la luz. La gente en procesión a Plaza de Mayo y ahí la cosa cada vez más caldeada por las cacerolas y los gritos mientras el Roni la lleva como atada, lo marca el Momia que sabe que no llega a cruzarlo y entonces larga el guadañazo; pero el Roni salta  esquivando el golpe, hace rebotar la pelota contra la reja y queda solo frente a Catrasca, que estira el brazo, agazapado, se toca la gorrita; el Roni pega abajo y aunque está claro que se fue muy alto discuten si entró o si pasó el travesaño que cada cual imagina según le conviene; para escucharse tienen que gritar porque las cacerolas son cada vez más y no paran; cuesta encontrar la pelota entre toda esa gente. Empatados. No hace falta que digan nada. Siguen a diferencia de dos. Catrasca sale jugando. Ninguno desempata y el partido no termina nunca. Un helicóptero pasa como una exhalación  mientras el Roni la pide pero no hay manera de oírse entre el griterío, un avispero, un hormiguero reventado, el golpe de metal contra metal pica en el aire. Catrasca se saca la remera, están todos en cuero (uh, acá, ca, que se vaaayan tooodos, pasá, que no queeede, dale, va, ni uno sooolo, acá, ca, uuuh, ¡pasala, Momia!); corre gente para todos lados y la cosa se desmadra; el Roni manotea la remera como puede; la pelota la rescata el Momia, y entre los gases y los tiros cada uno se pierde para un lado distinto. El Roni va por Avenida de Mayo, cruza la 9 de Julio, no puede creer toda esa gente (el eeestado de sitio... quereeemos... se lo meeeten... comer); lleva la remera apretada en el puño, un bollo de monedas, billetes de todos los colores, la lata de atún; en la plaza un tipo se trepó al mástil, descuelga la bandera y la sacude en el aire, allá en lo alto. Cantan el himno. Explotan gases lacrimógenos. Roni se escapa por Defensa. Corre doblado, llorando, largando arcadas. Escucha tiros. Viene gente desde todas las esquinas. Llega a lo de Catrasca y ya están todos en la puerta. Abre el bollo. No se le escapó ni una moneda. Los vecinos prendieron un fuego en la calle. No pasan autos pero sí un montón de gente a los gritos que va para la plaza. Arman los arcos y arranca el bueno. Los vecinos alentando. No van a parar hasta que alguno se lleve el pozo, gol a gol, la pide el Roni (¡pasala, Momia!, punta, va...). La pelota sobre el empedrado. Arriba el cielo rojo y la humareda.

Texto : Marcelo Guerrieri
Foto: Nicolás Zonvi


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