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martes, 20 de diciembre de 2011

Reincidencia, Lola Copacabana


El hambre y las ganas de coger-- ¿ya hablamos de eso? Porque son las 12:52 y estoy tirada en la cama y no puedo pensar en otra cosa. Digo, voy a la cocina y agarro un cacho de queso, agarro una mandarina y en el fondo no es que importe lo que agarre, no importa si comí todo o no comí nada en todo el día. Podría ser toda la comida del mundo que volvería igual llena de hambre, a quedarme boca abajo y pensar que en realidad estaría en el río, siempre en el río que es desde el Tigre hasta la Costanera Sur, cachito más, y yo monito a upa, de frente, encima de ese chico.

Al río a los dieciséis y el telomóvil. Anchorena, las barrancas de Alvear antes de que nos las pusieran tan caretas. Que llevábamos los autos con las heladeritas y el alcohol, mi época de tetra y las fogatas. Siempre había un chico y si no había un chico eran todos los chicos y bailábamos alrededor del fuego, histeria lesbi, calentándolos a todos y que se curtan por ser tan inadecuados, ser tan no-los-chicos que queríamos que estuvieran, con telomóvil y unas pepas y ver el amanecer con las marcas en los dos cachetes, que mis cachetes no están tan acostumbrados a reírse tanto todo el tiempo.El río a los diecisiete ahí cerca de Pachá después de las fiestas de egresados, antes de volver al cole para meter borrachas unas pasas de uva en un tubo de ensayo, tomar notas en inglés y que mandaran nuestros exámenes al exterior para que los corrijieran y nos dijeran ah, pero qué encanto. Carlos tocándonos la puerta del auto los días jueves con los dos vasos de café con leche listos, ir al baño de su kiosko y ponernos el uniforme, fumar alguna cosa, desodorante en spray y disimular apenas, lo justo y necesario, las marcas del rimmel corrido.

Río a los dieciocho, en el auto abrir los ojos en medio del garching y dos policías duros, uno en cada ventana, enojados porque se acaba el espectáculo. Cortar la paralela al río porque pintó coger ahí. Cortar España a la altura del semáforo de Liber, y estar en el asiento de conducir y la pierna trabada en la bocina, sonando, hasta que el fusible se me queme.

Río de la Costanera Sur, huir de la universidad para flashar Reserva a la mañana. La Costanera Sur antes de que la caretearan, sola, con la Reserva que era el telo de los pibes de sin-cerveza-no-hay-amor San Telmo, también algunos de Barracas. Tirar piedras. Especular la entrada de la Creamfields -que será eso- que no podíamos pagar. Los carritos de bondiola eran ambulantes de verdad: había arreglo pero de golpe zas, y había que levantar todas las cosas.

Ocho años más tarde, por el Tren de la Costa y por el costado zombie de Puerto Madero, el río que es correr, que es la forma legitimada, para mis casi treinta, de volver a huir. Tres veces por semana, o un día sí y un día no. O en invierno: cuando no está lloviendo. Cuando la gente que no es yo empieza ir a trabajar y alguna de la gente que antes era yo camina ahí, más silenciosa, más muerta viva que a ninguna hora, escuchando a los pajaritos y entristeciéndose apenas, preparándose para esconderse, para guardarse y otro round. Hace un frío de cagarse y mucho viento a las siete de la mañana en Puerto Madero. Vas a mear a Starbucks, que pega con el ipod. En el lado zombie le pedís al viejo que le cuida el carro Ernesto y es mentira, si no consumís igual te lo abre. Pero los baños químicos, ah. Del lado zombie, encima, si estás corriendo capaz de golpe que te gritan ʻbombonazoʼ. Y bombonazo es gorda-- we agreed.

Gorda gorda barril sin fondo que me morfaría hasta no sé: una pata de pollo, o el chocolate Milka de mi hija ahí guardado. El hambre de los vegetarianos es distinto, pero el hambre de los que no cogen es mucho peor.

Me mudé como catorce veces, en algún momento pegué suerte, o corredor del bajo-bajo, y empecé a ver pedacitos de río. Pedacitos del Puerto de Olivos, los mástiles de los barquitos o las jirafas-dinosaurio esas gloriosas que son las grúas del Puerto de Buenos Aires, más cuando se va asomando el sol. Esas desde Plaza San Martín, que queda en Retiro pero no es Retiro. Antes de que viniera la camioneta para el cole, amanecer con la Fragata Libertad entre el sol y nos. Encerradas, por supuesto, pero mamita: qué buena vista. Desayuno de campeonas que dependiendo del humor es Yogurísimo, banana y Zucaritas, o café más cigarrillos-- dependiendo del humor, del sexo, de la época del año.

A todos mis chicos, perdón chicos, los he llevado al río. El río y los chicos es saber un poco con qué es que estás lidiando. Hay chicos mejores que otros chicos. Hay chicos a los que les pican los mosquitos y chicos que te bailan lento lento suavecito la música ochentosa que nos sale fuerte, de golpe, desde los parlantes de un carrito. Pibes que te buscan servilletas porque tuviste que hacer pis por vez decimoquinta y todavía no llegó la época gloriosa los baños químicos. Pibes que te quieren ya, y es irse a un telo. Pibes que  te elogian las tetas, que se dan cuenta de ese fuego artificial condensado que es la luna cuando va asomándose en verano. Pibes que no saben chupar, pibes que no saben charlar, pibes a los que les molesta que nos miren. Pibes que me dan un hambre bárbara, me dejan poner fea, pibes que me elogian camisón y que me traen algo rico, aunque en realidad no quiera nada, por las dudas, mucho más tarde, después, cuando llegamos a la cama.



Texto y foto: Lola Copacabana (just Lola)



viernes, 16 de diciembre de 2011

La ciudad soñada, Ana María Shua


        
Usted llega, por fin, a la ciudad soñada, pero la ciudad ya no está allí. En su lugar encuentra el río, los árboles, los pajonales de la pampa, un paisaje salvaje y melancólico. Pero usted no trajo su canoa, no trajo su brújula, no trajo su mochila de acampante. Usted trajo una guía de restaurantes y un buen traje, y entradas para el teatro. La ciudad, por el momento, está del otro lado, y el guía le ofrece atravesar el río para buscarla. Y mientras avanza lentamente, empapado, mientras vadea con esfuerzo las aguas verdosas, sintiendo que su cuerpo ya no está para esos trotes, usted percibe en la reverberación del aire que la ciudad está volviendo a formarse a sus espaldas, temblorosos y transparentes todavía los rascacielos, como medusas del aire.

Ana María Shua nació en Buenos Aires en 1951. A los dieciséis años publicó su primer libro de poemas. Es autora de varias novelas. Sus cuentos fueron reunidos en el volumen Que tengas una vida interesante. Como autora de microrrelatos ha obtenido el máximo reconocimiento en el ámbito iberoamericano. En ese género, su último libro es Fenomenos de circo.

Foto: Albano García

jueves, 15 de diciembre de 2011

El Trabajo, Cecilia Ferreiroa




Caro me dijo que era mejor tomar el subte. A mí nunca me gustó viajar bajo la tierra. No por claustrofobia. Me preocupaban las toneladas y toneladas de peso de los autos y colectivos que pasaban por encima. Nunca tuve confianza en los arquitectos ni en los ingenieros. Siempre me pareció que si un edificio se mantenía en pie se debía más a una causa oculta o al azar que a la planificación de una persona.

Tenía que atravesar toda la ciudad. Necesitaba la plata, y el trabajo que me había pasado Caro sonaba muy simple. Debía ir a la casa de una persona que me hablaría de sí misma. Mi tarea consistía en escucharla en silencio. Había sido muy enfática en ese punto. Para mí escuchar en silencio era lo mismo que no escuchar. Siempre necesitaba alguna palabra, alguna pregunta del otro que diera cuenta de su atención. Caro no me había explicado nada más. Se había tenido que ir corriendo a no sé qué otro compromiso. Ella siempre estaba a mil y se despedía de mí intempestivamente.

Lo más complicado del trabajo era el viaje. Me resultaba curioso ir tan lejos un domingo sólo para escuchar a alguien. Los trabajos que conseguía Caro siempre eran extraños.

El subte llegó vacío. Dudé al entrar, pero había abierto sus puertas como una invitación. Las luces brillaban. En un momento pensé que quizás me había metido en un tren fuera de servicio. Las estaciones por las que pasábamos estaban igual de vacías. El subte desbordaba de gente solamente los días de semana. Mecánicamente paraba en las estaciones y abría sus puertas. Nadie entraba. Había algo ridículo en eso. Quizás toda la línea estuviera fuera de servicio y nadie me lo había dicho. Decidí seguir mientras el subte siguiera.

Llegué a mi estación y bajé. El subte se alejó lleno de luz. Me sorprendió cuando al subir a la calle, vi una gran masa de gente. En esa zona alejada del centro la gente se agolpaba.

El colectivo daba vueltas por calles irreconocibles por lo similares y anodinas. Su avance continuo tenía algo de inefectivo. No llegábamos más. La ciudad se extiende interminablemente.

Cuando me bajé del colectivo sentí, por primera vez, ansiedad. Me preocupaba no poder escuchar de la manera que debía hacerlo.

Llegué a la puerta. Miré la casa antes de llamar. No había nada raro, nada que pudiera hacer pensar que ahí se contrataba gente para un trabajo tan peculiar.

Llamé. Esperaba encontrar a una vieja solitaria pero abrió una mujer joven. La mujer me llamó Carolina. Cuando iba a aclararle que yo no era Carolina, me dijo que empezaríamos desde ese momento con el trabajo. Me callé inmediatamente. Lo que esa mujer pagaba era la mera presencia, una presencia anónima, sin rasgos o palabras que la particularizaran.

Me hizo pasar a una especie de estudio en el que se acumulaban cosas disímiles. Había libros, plantas, ropa doblada, toallas, yerba, diarios apilados. No parecía ser necesario acumular todo ahí porque la casa era grande, aunque no vi el resto de los cuartos.

Nos sentamos. La mujer no me ofreció nada. Cualquier pregunta motivaría una respuesta. Yo me moría de sed pero tampoco dije nada.

Empezó a hablar. Su voz tenía un ritmo particular. Parecía contar algo que ya había empezado a contar un rato antes, que había estado contando una y otra vez, como un disco rayado. En su mirada había un velo o una profundidad, como alguien que mira detrás de una ventana. Yo había decidido concentrarme en esas cuestiones laterales, y no escuchar mucho lo que decía. Sabía que si prestaba atención iba a ser muy difícil no hacer ningún comentario.

Mientras hablaba, la mujer tenía la mirada perdida. Por momentos me miraba a los ojos. Me daba cuenta de que había dicho algo importante, digno de ser escuchado, pero ya era tarde. No sabía exactamente qué cara correspondía poner, así que dejaba una cara neutra.

Algunas palabras sueltas, sin embargo, había llegado a oír. No alcanzaban para darme una idea de lo que había estado diciendo. Todas me parecían como ese cuarto en el que estábamos: un amontonamiento de cosas inconexas.

En un momento señaló una foto. La foto era de una nena con los pelos dorados, cubierta de barro. Miraba la cámara y sonreía a la persona que estaba detrás. ¿Sería ella misma? Al ver la foto, supuse que todo ese tiempo me había estado hablando de esa nena y en un momento de su relato había querido hacerla más tangible, más real. Quizás era su hija y me contaba la alegría que había sido para ella tenerla. Probablemente algo malo le había pasado. Su tono de voz era triste. Me dio mucha curiosidad su historia, pero sabía que Caro no me perdonaría hacerla quedar mal.

En un momento se levantó. Entendí que habíamos terminado y me levanté también. Al despedirme sólo le hice un gesto con las manos.
La mirada de ella había cambiado. Era más íntima. Supuestamente ahora yo sabía. Ella había contado algo doloroso o terrible, y yo había escuchado sin juzgar.

Antes de cerrar la puerta me dijo: Gracias, Carolina, por escuchar todo lo que te conté; y me extendió un sobre con la plata. Bajé la vista. No pude mirarla a los ojos cuando me fui. Caminé por esas calles extrañas como un autómata.



Cecilia Ferreiroa nació en La Plata. Vivió su infancia en México y el resto de su vida en Buenos Aires. Estudió Letras en la UBA. Da clases de español y de literatura.


Foto: Ricardo Watson



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miércoles, 14 de diciembre de 2011

Juana de Arco/María Falconetti, Julián Lopez




En París yo ardía: semita, actriz, rapada por voluntad. Escuche lo que decían de mí, conservo el recorte como un tesoro talmúdico, escuche: María Falconetti es apasionada y pequeña, una de las actrices más talentosas de su generación. Pero al tiempo las generaciones entraban mansas a los hornos europeos y el mundo era hombre: Carl, Antonin, Adolf. De cada hoguera escapé cuanto pude. Primero a Suiza, después a Buenos Aires, a esa pensión, a este café que seguramente será lo último. Arden las colillas incesantes en el cenicero, la gola abrasada de aguardiente, la pira de la soledad ¿de qué escapar ahora, de qué en lo próximo? ¡Yo fui Juana de Arco!

Julián López
Foto: Ezequiel García

martes, 13 de diciembre de 2011

Deseo de Futuro, Paula Bombara



Ni el viento ni la tormenta ni el hombre pudieron con ella. Mira el sol y se ríe.
Esta flor logró que nadie la arrancara. Sigue brillante, húmeda, silvestre, salvaje.




Paula Bombara nació en 1972 en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires. Además de escribir y publicar libros para niños y jóvenes, se graduó como bioquímica en la Universidad de Buenos Aires en 1997 y ejerció esta profesión hasta 2004. Ha publicado cinco novelas (El mar y la serpiente, Eleodoro, La cuarta pata, La rosa de los vientos y Solo tres segundos) y varios libros de divulgación científica dirigidos al público infantil y juvenil. Ha participado en numerosos congresos y mesas de debate sobre ciencia y literatura. Además, es la directora de la colección de divulgación científica para niños ¿Querés saber? en Eudeba. Esta última fue destacada como mejor colección de divulgación científica en el año 2004 por ALIJA. Su novela El mar y la serpiente ha sido destacada por ALIJA en 2006 y ha merecido una Mención Especial en la selección White Ravens Notable books 2006 (otorgada por la Internationale Jugendbibliothek München de Alemania). 

Texto: Paula Bombara
Foto: Nicolás Zonvi


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Grand Splendid, Julián López


Todavía sueño apostarme enfrente de uno de esos shoppings y aguardar sin gesto el momento exacto: el público llenando el hall con esos baldes de popcorn, mandando mensajitos ansiosos antes de la función mientras en la terraza de enfrente monto el taco del rifle en el hombro derecho, mantengo la mirilla serena en el inicio de una nuca cualquiera. Una suave inspiración, jalar el gatillo y seguir la secuencia muda: el revoleo del balde de pochoclo y el cuerpo que cae de rodillas y sin nervio. Después otra nuca. Y después otra nuca. Y otra. Desarmar el fusil, guardarlo en su cuna con olor a nuevo al tiempo que el piso de Hoyts lo gana una marea de sangre granizada de estúpido popcorn. Hacerme a la calle silbando Desencuentro. Fin.
¿Cómo fue que llegamos a esta etapa tardía de la conquista? Ahora la gente se sienta en butacones como de viajar a la luna, un universo moquette con el murmullo asqueroso de las mandíbulas triturando granos de maíz explotado en cápsulas de techo alfombrado y asfixia consumista.
Cuando el cine era el cine, las salas de Buenos Aires eran galpones enormísimos, revestidos con la fórmica o la boiserie correspondiente a cada barrio, con butacas como cuadrículas de ratones clonados y ventiladores de buque nazi apostados para aniquilar al tufo. Hangares espaciosos que prometían la épica del viento y en los que la película se aparecía en todas dimensiones, uno podía rezarle a las vírgenes del celuloide en medio de la muchedumbre y aún estar a solas en un mar maravilloso; con la boya, cada tanto, de un chabón de moño voceando palito, bombón, helado.

Julián López
Foto: Martín Lopo


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viernes, 9 de diciembre de 2011

Bar Británico, Franco Vaccarini


Conocí a un viejo en el bar Británico. Era hincha de Racing y estaba enojado con la juventud. Para el viejo del bar Británico, la juventud era una mujer que se había ido con otro, con otros, con los jóvenes. Muchas veces pienso en el viejo del bar Británico, porque lo conocí en los ochenta y él ya tenía más de ochenta.  Quería ver a Racing campeón. Racing hacía veinte años que no salía campeón y él quería verlo campeón antes de morir. Su pelo era blanco, los ojos celestes. Él sabía que yo era hincha de River, pero siempre me hablaba de fútbol, de Racing. De Racing campeón, de Racing en la B, de Racing en crisis.Le faltaba un diente, un incisivo. Era flaco y nervioso. Era hincha de Racing. Yo pensé en él cuando Racing salió campeón en el año 2001. Un año ideal para que un club como Racing saliera campeón. Creo que sólo un rey de las mil y una crisis podía salir campeón de algo ese año. El viejo del bar Británico era querido por todos. Él no quería a nadie. Odiaba a la juventud porque lo había abandonado. Sospecho que nunca vio a su Racing campeón otra vez, salvo que hubiera llegado vivo a los cien años. A lo mejor vive todavía. Estamos en el 2011. Tal vez el viejo vive, no lo sé, yo me fui del barrio. Racing hace diez años que no sale campeón. Y yo hace mil años que no voy al bar Británico. Era un viejo alegre y lleno de vida, lleno de odio. Su odio no era venenoso. Me odiaba porque era joven, aunque un día me guiñó un ojo, me palmeó y me dijo:
–Pibe, un día vos también vas a sufrir. Por eso te quiero.
Justo hoy, que tengo frío y no hace frío. Que River está en la B y Ella no está en ninguna parte; justo hoy me acuerdo del viejo del bar Británico.

Franco Vaccarini
Foto: Ricardo Watson



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Ven, José María Marcos


Ven, querido discípulo, a comer y a beber de la Fuente de los Mejores Sándwichs de Costanera Sur. Ven y recuerda lo que dijo Lao-Tsé: “Cuando todos en la Tierra reconocen la belleza como belleza surge el reconocimiento de la fealdad. Cuando todos en la Tierra reconocen lo bueno como bueno surge el reconocimiento del mal”. Ven, querido discípulo, a esta Fuente que, al no exigir nada, nunca perderá sus méritos. Ven, siempre hay tiempo, Lao-Tsé también tiene palabras para el mientras tanto: “Un camino de mil leguas empieza por un paso. Un árbol de veinte brazadas de ancho tuvo alguna vez el espesor de un cabello”. 



José María Marcos
www.muerdemuertos.blogspot.com

Foto: Mónica Weissel


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Un gran mercado, Oliverio Coelho


Toda ciudad es un gran mercado. Un territorio que aloja máquinas de consumir. Ahí, casi sin darnos cuenta, pasamos años de vida, años pasados y futuros. Entre empresarios clandestinos y políticos que eligen la Ciudad como un limbo práctico de impunidad, riqueza y juego. Por eso un mercado en ruinas, un mercado que ha perdido estructura, un mercado que incluye a quienes por distintas razones no pueden pisar los shoppings, es un purgatorio. El lugar donde se reivindican y replican, en vez de falsificarse, las clases sociales. Ahí se negocian especias, cuerpos, droga, todos los néctares que subalimentan nuestro pathos. Ventanas semicirculares, como la de los zocos del Magreb, y cables perpendiculares, no son más que articulaciones insumisas de un edificio que algún día será visto como un palacio en ruinas. Nadie sabrá que los verdaderos mercados nacieron de la ruina, como forma de veneración a los dioses, y fueron habitados por peregrinos, colonizados por la oferta y la demanda y subdivididos según oficios familiares heredados. En todo caso, en este mercado o templo futuro captado en diagonal y en contrapicado, el cielo es el tiempo del mundo. Tal vez el mundo de la foto sea, como el de Alicia, un mundo en espejo. Y los cables una suerte de sonda urbana que conecta la arquitectura con una polis cercada por la tormenta.

Oliverio Coelho
Foto: Martín Lopo



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Cautiverio, Laura Escudero Tobler


Con aliento nauseabundo el amo indica: ¡Quieto! Y somete a la palabra por idéntico procedimiento, a la misma suerte de encierro, entre inútiles signos de admiración. 

Laura Escudero Tobler nació en Córdoba en 1967. Durante su infancia vivió en el Noroeste Argentino, luego en la Ciudad de  Buenos Aires y en 1987 volvió a Córdoba, donde reside actualmente. Publicó cuentos y novelas en colecciones infantiles y juveniles. Recibió premios y distinciones. Su último libro se titula: El rastro de la serpiente.
www.imaginaria.com.ar/2011/07/laura-escudero/

Foto: Matías Canelson


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El traductor de Google, Rafael Spregelburd


ENGLISH:
My little name is Andreína Potozievna Diallo, living in the sea-port of Kuala Lumpur, East Asia. I saw your contact and profile and your big smile and I said maybe we can cooperate for mutual benefit of the two. My father was deceased one month ago in Kuala Lumpur Choo-Choo Hospital after my big uncle Tomasso Diallo hit him on the head over dinner. Both very giant men. Me, I was left alone to take care of Mom and my auntie, both very minute and ill with Malaysian fever. I am also ill. And very little. Father had US$4.7 million (FOUR MILLION, SEVEN HUNDRED THOUSAND US$) in a bank account but I am not 21 year old to take the money and my terrible uncle with a big dick might put his hands in the money if I don’t find assistance. He might also put his big dick in my mouth if I don’t stop him, me so small. I need your urgent help and we can share the profits. Write to me please in the glory of the Lord and send me your bank account number and I will transfer this sum with the aid of a bank employee who also put his big dick in my mouth. Then the money will be safe in your bank and I will come as soon as I can to take my part of the money. I will give you US$1 million for your trust. And if you have big dick you can also put big dick in my mouth. Please contact me at once if you are interested by replying to the mail and ignore it if you are not or if you have little dick. If this family business proposition offends your moral and ethic values, do accept my sincere apology go fuck yourself in your white ass. It is the Glory of the Lord that will keep us all safe.

ESPAÑOL:
Mi nombre es Andreína poco Potozievna Diallo, que viven en el mar-puerto de Kuala Lumpur, Asia Oriental. He visto tu perfil y ponerse en contacto y su gran sonrisa y me dijo que tal vez podemos cooperar para beneficio mutuo de los dos. Mi padre había fallecido hace un mes en Kuala Lumpur Choo-Choo hospital después de mi gran tío Tomasso Diallo le golpeó en la cabeza durante la cena. Tanto los hombres como muy gigante. Mí, yo me quedé sola para cuidar de mamá y mi tía, a la vez muy minuto y enferma con fiebre de Malasia. También estoy enfermo. Y muy poco. Padre había EE.UU. $ 4,7 millones (CUATRO MILLONES SETECIENTOS MIL dólares EE.UU.) en una cuenta bancaria, pero no soy de 21 años para tomar el dinero y mi tío terrible con un pene grande puede poner sus manos en el dinero si no encontrar ayuda. También puede poner su gran polla en mi boca si no lo detiene, me tan pequeño. Necesito su ayuda urgente y que pueden compartir los beneficios. Me escriben por favor, en la gloria del Señor y me envía su número de cuenta bancaria y que se transferirá esta cantidad con la ayuda de un empleado del banco que también puso su gran polla en mi boca. Luego, el dinero estará seguro en su banco y voy a llegar tan pronto como puedo llevar a mi parte del dinero. Yo te daré EE.UU. $ 1 millón por su confianza. Y si tiene la polla grande también se puede poner gran polla en mi boca. Por favor, póngase en contacto conmigo si usted está interesado respondiendo al correo electrónico e ignorarlo si no está o si tiene poca polla. Si esta propuesta de negocios de la familia ofende a la moral y valores éticos, acepten mis disculpas sinceras vete a tomar por tu propio culo blanco. Es la gloria del Señor, que nos mantendrá a salvo.


RAFAEL SPREGELBURD
Foto: Archivo Ana María Barrionuevo


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Tribulaciones de un sediento sedente, Ariel Magnus


Muerto de sed (se la pasaba todo el día al sol) se hizo de un cántaro lleno de agua y de un jarro para beberla. Desde cierta altura, con la elegancia de quien no está urgido, empezó a volcar el contenido del cántaro sobre el jarro. Pero si bien el agua no dejaba de correr, el jarro no llegaba nunca a llenarse, ni el cántaro terminaba de vaciarse. En algún momento (dicen que fue de noche) comprendió al fin que era una estatua de mármol sentada sobre una gran roca, y se quedó más tranquilo.


Ariel Magnus (Buenos Aires, 1975) publicó Sandra (2005), La abuela (2006), Un chino en bicicleta (2007, Premio “La otra orilla”, traducida a varios idiomas), Muñecas (2008, Premio “Juan de Castellanos”), Cartas a mi vecina de arriba (2009), Ganar es de perdedores (2010), Doble Crimen (2010), El hombre sentado (2010) y La cuadratura de la redondez (2011).  Es traductor literario del alemán.

Foto: Sebastián Rocotovich


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Estani, Santiago Llach


19:30 hola estani guachi,, turro todo bien mi amol???
19:35 mamor, miamorcito, vite el seme ese k te mande?
19:41 ey guachin contestáááá!!!!
19:42 dale no sea puto k tu mami tiene un corason ansioso
19:53 hoy tu mami kiere lechita veni a darselá??
19:54 se te acabo la pila,,.., o no tené credito
19:55 veni que tu putina te pone toda las pila y la acaba toda!!!!!
20:01 no te haga el piyo eh ke una hoora salistes del laburo
20:22 daahle te fuite a toma birra con los piyoh
20:25 o te esta chamullando esa trola eh
20:26 eh
20:27 ehhhh guachi keeee kual hace stani
20:51 te re sta sarpando loco contesssssssta pibin
20:59 me voy a escavia con la winona al monterrei
21:15 sabe ke chavon? so 1 vendedor de ropa falopa
21:16 vendedor de falopa recontra mal cortada so vo
21:19 talento de bario andaaaa!!!!!!! PUTO SO VO
21:21 SO LA MAS PUTA DEL BARRIO CATRIEL DE LA 31 VO
21:23 ME DICE EL CHAVON GUALLY DEL MONTERREI KE VO REVOLEA CARTERA
21:25 SOPLA PIJA VO, TALENTO
21:26 talento pa sopla pija tene vo!!! juaaaa
21:41 mira no gasto ma credito en vo::: trola
22:16 de 1 testa falopiando y depue va veni con la lagrima
22:17 buaahhhhhhh la lagrima buahhhh
22:17 y no se te va a para la pija astal dia del wachiturro
23:00 toy re escavioooooo aca
23:01 vo so una reeeeee putitta
23:02 pero sabe kien e ma putita que vo?????
23:03 SHO!!!!
23:04 cuchá esta: ronko el manya el perno wallli tu amigo el negro donnda felis
23:05 sigue eh el dotor jose el tio de la punta manuel bajel tonio
23:06 lucanor sosia yamil jesú todo eso y maaaa papi!!!
23:07 me baje a todo savé???
23:07 me baje a todo el barrio catriel estani
23:08 SOY ROMI LA MA PUTA DE TODA LAS TROPA!!!!
23:09 RECONTRA PUTA Y A MUCHA ONRA
23:19 a tu hermano una noche con vo falopeado en el banio se la mame a tu hermano
23:19 se la re trage mmmm ke rikooo mmmmmmmm hmhmm
23:20 esa eh te gusto?
23:21 a mi má me gusto la de tu hermano
23:21 la pija de tu ermanno en esta bokkota tragaleche
23:22 la pija de arielito es re rika
23:31 shorá puto

23:32 hola, romi, guachi,,, turra, como esta mi amor? te escribo del celu de ariel no tengo pila nel mio no te pude hablar ante
23:33 calleron lo rati y se pudrio todo aka nos kedamo asta recien no te pude scribi
23:37 capá tas durmiendo voi para llá

Santiago Llach
Foto: Taller de Fotografía Barrio Piedrabuena (Pablo Vitale coord.)


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¡No!, Marcelo Guerrieri


—¡No!, ¡ya te dije que no, Matías! —insistió Andrea— Si tu papá  tanto quiere que sepas cosas de grandes, que te lo diga él. ¡No llorés porque igual...!
Se abrió la puerta del furgón. Primero bajó Andrea con su bici; después yo, con Matías, que lloraba a los gritos. Veníamos del Puerto de frutos donde habíamos comprado unas cañas, incómodas de llevar, atadas a mi bici con una soga. Atravesamos el andén. Matías no paraba de llorar.
Cruzamos la barrera discutiendo con Andrea porque Matías estaba encaprichado y no quería ir con ella. Andrea estaba demasiado enojada como para seguir insistiendo.
—Bueno —dijo, entregándome su bicicleta—. Entonces llevalo vos.
Agarró mi bici y salió andando.
—¡Mala! —gritó Matías, sabiendo que por la distancia su madre no podía escucharlo.
—No le digas así a mamá —le dije, y lo subí al asiento de atrás.
—Barrio chino —respondió Matías, prendido a mi espalda, señalando más allá de la vía.
Arrancamos por la avenida empedrada para el lado de Cabildo. A Andrea, mi bicicleta le quedaba  demasiado alta; por eso pedaleaba parada, complicada también por las cañas atadas al costado. Yo, en cambio, tenía que andar con las rodillas flexionadas todo el tiempo, pegándome los codos contra los muslos. Me costaba mucho maniobrar. Pasó un 80, muy rápido y muy cerca.
—Agarrate fuerte —le dije a Matías, y encaré la bajada.
El traqueteo del empedrado sacudía las cañas. De pronto se desprendió la soga, las cañas cayeron y rodaron hacia el cordón de la vereda. Andrea frenó de golpe y casi se choca contra un auto estacionado.
—Mejor que te lleve mami. Así papá puede ir en su bici. Es peligroso...
—¡No! —se quejó Matías y volvió a llorar— ¡Mamá no!
Lo bajé de su asiento y apoyé la bici contra un árbol. Andrea recogía las cañas y las amontonaba a un costado. Duro como una estatua, prendido de mi pierna, Matías tenía los ojos llorosos clavados en el piso.
Con Andrea armamos el manojo de cañas como pudimos. Después hicimos dos cuadras, callados, caminando por la vereda con las bicis. Matías, sentado en su asiento, refregándose la cara, dijo que para su cumple quería que yo le regalara un gato.
Llegamos a una plaza donde había una feria de artesanías. El sol le daba de pleno al pasto crecido. Como había mucho viento, el pasto alto se sacudía. Atamos las bicis a un poste de la luz y apoyamos las cañas sobre el piso.
Matías salió corriendo para el lado de los puestos. Andrea amagó con ir a buscarlo pero se contuvo. Nos miramos callados.
—Sabés que no es lo mismo que se lo diga yo...
Andrea respondió dándome un beso corto. Y salió corriendo atrás de Matías.
Frente a mí, el pibe de los sahumerios, sentado en posición de loto, meditaba o algo parecido. Se me ocurrió hacer lo mismo, ahí sobre el pasto, el sol en la cara. Crucé las piernas y apoyé los brazos sobre los muslos. Respiré profundo.
Me disponía a cerrar los ojos cuando vi que dos personas venían directo hacia mí: un chico de remera negra, con una biblia bajo el brazo, y una mujer de pelo blanco con unos folletos.
—Hermano —me dijo el chico, que tenía los ojos brillosos y alzaba el brazo con la palma abierta hacia adelante.
—Gracias —le dije, y le expliqué, de la mejor forma que pude, que no estaba interesado.
Insistió. Me contó cómo su fe lo había salvado, que ése era el único camino hacia la gracia...
—Mirá —le dije—. Te agradezco. Se ve que a vos te hizo muy bien. Me alegro mucho por  vos y te agradezco que me ofrezcas tu palabra...
Me preguntó cuál era  el nombre de mi dios. Tardé en contestarle. Le dije que dios éramos todos, y que no hay bien por un lado y mal por el otro, que todos somos uno. Me escuchaba, sonriendo; la mujer, en cambio, me observaba en silencio, el ceño fruncido, seguramente apenada por mis herejías. Finalmente me ofrecieron un folleto. Les dije que no, que no quería el folleto, y les agradecí por la buena voluntad y les dije que, de corazón, me alegraba por ellos y su fe.
Se estaban yendo cuando vi a lo lejos los inconfundibles pelos de Andrea. Se abría paso entre los puestos y venía hacia mí. El sol que entraba por las copas de los eucaliptus le pegaba en los cachetes rojos. Tenía a Matías alzado en brazos. Le estaba dando de comer un trozo de espuma blanca; un bollo acaramelado, de un copo de nieve grandote.

Marcelo Guerrieri
Foto: Matías Canelson


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Un perro, José María Marcos


Un perro es un perro hasta que alguien lo pone entre rejas y le saca una foto y descubre su verdadero rol en el complejo mecanismo del mundo, y entonces cada mañana, cada palabra, cada gesto, cobran un sentido en el orden íntimo de la vida. Cuando el perro entre rejas se transforma en la puerta que abre y cierra los misterios, recordamos a la manera de Herbert West que no es bueno cruzar el último umbral ni obtener todas las respuestas, y de inmediato, por temor a sus designios, le sonreímos esperando que, primer perro inmóvil y todopoderoso, tenga aún misericordia de nosotros. 



José María Marcos
www.muerdemuertos.blogspot.com

Foto: Enrique Ivern

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miércoles, 7 de diciembre de 2011

Mal augurio, Pablo Martínez Burkett


Este invierno fue malo y creo que olvidé
mi sombra en un subterráneo.
Serú GiránEiti Leda

Un nenito de 10 años llega por primera vez a Buenos Aires. El paisaje es de una abrumadora novedad: el Obelisco, los carteles luminosos, la marabunta de autos; el Cabildo (que luce más chico que en el Billiken); los edificios en racimo contra un cielo opaco. Gente apresurada yendo quién sabe dónde; gente que desaparece en bocas abiertas en las veredas. Buenos Aires es la metrópolis de los túneles. Túneles de la Casa Rosada, túneles del Convento de Santo Domingo, túneles de la Manzana de las Luces, túneles de la avenida Corrientes y la 9 de Julio, túneles del subterráneo. Túneles del mal augurio.
Trato de recomponer aquella epifanía malsana y seguramente ya es una memoria contaminada por otras, pero cierro los ojos y me vuelvo a ver en una escalera mecánica tragado lentamente por una estación de subte. No recuerdo cuál haya podido ser, pero sí que, en lugar de maravillarme, me asalta el horror. Mi tío Hugo intenta calmarme pero preso de un vértigo suicida, me asomo en el andén. A izquierda y derecha, las galerías taladran la oscuridad. Al término de la plataforma, rumores ancestrales zurcen una advertencia. Sé que esto no es un túnel sino las vísceras de un monstruo y estos que pasan a una velocidad inverosímil no son trenes, son un ingenio construido para alimentar con seres humanos a la bestia que habita en el vientre de la ciudad. Súbitamente, se me representa un caracol gigante. Puedo figurarme su viscosa criminalidad, puedo presentir su fétida gula de cíclope.
El niño se hizo hombre y sucesivas capas de urbanidad se encargaron de domar tamaña insensatez y aunque siempre mantuve esa imaginación exuberante, el tiempo la volvió episódica. Supongo que por eso, cuando 15 años después me mudé a Buenos Aires, omití considerar las fantasías engendradas en los túneles. Y no ha sido cosa buena.
Esta mañana, estreno de muchas, aguardaba el subte para ir al trabajo. Frente a mí, una formación empezó a moverse. Era tal el gentío que fue imposible abordarla. En el último vagón un rostro dibujó una mueca atroz contra la puerta, aplastado por pasajeros indiferentes al holocausto. Igual que en mi profecía. Sólo que esta vez, la criatura abominable ya no vive en el centro de la Tierra.

Pablo Martínez Burkett
Foto: Matías Canelson



Pero cae la tarde, Eliana Ramponi




Pero  cae la tarde y es otra vez esta ciudad. Soy tu lenguaje en horas secas, cuando te entregas al sueño y Polo nos ronronea las piernas cuando  no somos dos,sino tres y quizás mil.

Pero vos estás del lado del bien, del lado de las algas cuando acarician los peces.
Con el viento que viene del río me adhiero a esta ciudad prestada, me invento motivos para continuar cada interminable día hasta verte otra vez. Nos crece musgo en los labios, parecemos espectros y me muevo, hago algo, como si de un gesto se tratase, como si de pasar una mano por esa cara que nos mira, como si de dar la palabra justa que anule la distancia que nos separa a uno y otro lado de una mesa, de una cama, de un hielo derritiéndose en el vaso.
Y sigo tomando té por costumbre, empapándome de un vicio despreocupado y ya no me sobresaltan los pasos sigilosos de Polo en las chapas del techo, el viento trae voces,sé que estas cerca.

Eliana Ramponi nació en Mercedes (Bs As) el 4/10/84. A los ocho años obtuvo el Primer premio en poesía de la ciudad de Mercedes en la categoría menores. Sus poemas aparecieron en antologías colectivas durante varios años. Durante los años 98, 99 y 2000 gana el Primer premio literario del Club de Leones. En el año 2000 gana también el premio regional del Club de Leones y el tercer premio en el rubro “cuento” a nivel nacional. Desde 2009,dirige un ciclo cultural y literario llamado “Ciclo Cronopios”. WWW.LAMAGA1984.BLOGSPOT.COM

Foto: Taller Villa 20 (coord. Pablo Vitale)

martes, 6 de diciembre de 2011

Ciudad, Héctor Álvarez Castillo




Me confunden tus torres grises de otoño
Me confunde tu música tu gente tus entrañas
Me confundes Ciudad cuando te alzas desde mis ojos
Cuando me naces de tus puertos y tus bares
Oliendo a madrugadas y penas ladronas
Me confundes Ciudad desde tus fundaciones tus Cristos
/tus lágrimas
Y me regalas esa melancólica tristeza
De llamarte mía y sentirte como si también fueras
Este río y este océano de aguas
Y te me alejas distante inaprensible y amada



Héctor Álvarez Castillo nació en Buenos Aires en 1961. Entre sus principales obras se encuentran: “El faro de la tempestad y otros poemas” (poesía, 1991), “El prisionero. Historias para una puesta teatral” (teatro, 2003), “Camino a Babel. Conversaciones con Jorge Luis Borges y otros textos sobre literatura” (ensayo, 2004), y las colecciones de cuentos: “Metamorfosis” (2005), “Gerstrauss o el Amor” (2009) y “Naif. Del Juego a la literatura” (2011). Ha prologado y compilado: “Los Vampiros no nos dejan dormir” (2009) y “Cuentos de la Noche” (2009). Kopitl ha editado en México la plaqueta “En dos tierras” (2011), que reúne cuatro textos ficcionales de reciente escritura. Colaboró con los suplementos culturales de los diarios La Prensa y La Nación, de la Ciudad de Buenos Aires, y actualmente lo hace con las revistas “Proa en las Artes y en las Letras”, “Magma” y “Algarabía” (México), entre otros medios. Su obra “El Prisionero” recibió el Premio Bululú (Temporada 2008/2009), a la mejor obra dramática. En el año 2011 ha recibido el Premio de Poesía “Alejandro Roemmers”, que otorga la “Fundación Victoria Ocampo”, por el libro: “La palabra es deseo, y otros poemas”. Su obra ha sido traducida para “Harper´s Magazine” (USA), “Cultures & Conflicts” (Francia) y “Giorni” (Italia).

Foto: Nicolás Zonvi
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