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jueves, 1 de diciembre de 2011

Sin título, Natalí Tentori



Esa noche, antes de aparecer la luna.
Salimos a cazar.
Hacía calor, las luces volaban en el baldío.
El pasto mojado por el rocío y el acuerdo. Lo mire de reojo a ver si cambiaba de opinión. A mí me tocaba correr con la red en las manos.
No.
Empecé al trote.
Fue una noche transpirada.
Me patiné tres veces.
La primera, caí al suelo y las luciérnagas que había atrapado salieron en estallido como un fuego artificial enano.
— ¡Vení! ¡Vení acá! Le grité sacudiendo la red.
Su risa venía de donde se oían los grillos y las ranas.
Seguí cazando, corriendo, ciego, descargando la furia del día, trotando, ojos apretados y velocidad para esquivar a los mosquitos.
Volví a caerme.
— ¡Le ponemos rueditas a tu bastón! ¡Vení que no necesitás patines!
El abuelo lanzó una carcajada incontenible y empezó a golpear el palo contra el suelo. No paraba.
— ¡Me voy a hacer y no tengo pañales! Gritó.
Me mató con esa.
Empecé a hacer como si patinara sobre hielo. ¡Y funcionó! Deslizarse en el pasto mojado era mejor que correr. Hasta que lo escuché cantar. Estaba casi gritando un vals.
Me paré haciendo montoncito con los dedos. Qué es eso.
— ¡El Danubio Azul, para el bailarín!
No aguanté.
¡Qué abuelo!
Pero me gustó.
Le agarré el ritmo.
Seguí patinando como profesional.
Cuando volví al árbol donde él estaba tenía la red llena.


Nos miramos iluminados por la luz amarilla de las luciérnagas.
Los dos.
Sonreíamos.
El abuelo levantó las cejas. Tanteándome.


— ¿Las soltamos? Dije bajito.


Él golpeó la red por abajo.
La abrimos y empezamos a gritarles:
— ¡Vuelen! ¡Vuelen! ¡Vuelen!
Todo se llenó alrededor nuestro. Algunas se nos pegaban a la ropa y al pelo. Parecíamos arbolitos de navidad. Y otras volaban hacia arriba, hacia abajo, en todas las direcciones y en círculos, envolviéndonos.
— ¡Vuelen! ¡Vuelen! ¡Vuelen!


Natalí Tentori
Foto: Mónica Weissel

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