- Los sicópatas como usted no tienen empatías -dice la
doctora, para disociarme de un plumazo del resto de los internados. Y agrega: -La
empatía está regulada por los grupos y sus conflictos.
- ¿Puede enseñarme a tener empatías?
No me contesta. No quiere, o no sabe. Después de un
silencio, dice:
- Los seres humanos formamos grupos. Los humanos sanos –remarca la palabra-. En esos grupos podemos sobrevivir o triunfar. O, simplemente,
existir, que es lo que hacemos casi todas las personas: ver pasar la vida desde un puente.
Se disculpa un momento para atender su celular. Sale
al pasillo. Los otros internados me miran con asombro. Nadie antes se había
animado a hablarle a la doctora. Abro la ventana y salto por el hueco. Corro
cuadras y cuadras, mirando hacia atrás.
Ahora, en un descanso, no sé qué tanto sucede con
estos coches que van por debajo de mis pies. Son una manada veloz de hierro y
carne. Estoy detenido en mitad del recorrido que une el Bellas Artes con el
Centro de Exposiciones donde se hacía la Feria del Libro cuando yo era chico. Conozco
el lugar. Los libros también son entidades que van en grupo. Al menos lo fueron
dentro de esos galpones, en mi época de felicidad.
El puente se llama César y se apellida Janello. Como si
fuera una persona, alguien importante, de esos humanos que triunfaron en su
grupo. Me apoyo en la corta baranda para asomarme. No me parece que yo sea el
sicópata que dijo la doctora. Los coches tampoco tienen conexiones entre sí. No
hay empatías de unos con otros. Están solos, aunque aparenten ir en yunta.
Viajando sobre el espejo mojado de la noche.
Gustavo Nielsen
Foto: Ayelén Amorín
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