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sábado, 3 de diciembre de 2011

La Continental, Esther Cross


          Su abuela la llevó al centro, a saludar a su tío abuelo, que trabajaba en  La Continental.  Su tío abuelo tenía un escritorio entre muchos detrás del mostrador, en una zona de empleados y empleadas que se trataban como familia. El centro estaba cerca de su casa porque el taxi tardaba diez minutos en llegar.  Pero  pasaba lo que pasa con los lugares a los que una no va casi nunca: están lejos.
           Había pocas mujeres en la calle. Había palomas hinchadas por el frío.  Ni un perro.  La gente sabía a dónde iba. De pronto aparecía una iglesia.  Testigos en los bares.  Nunca veía a su tío abuelo.  Cuando las vio, se levantó de su escritorio cromado,  y fue hasta el mostrador poniéndose el saco.  Apoyó las manos como si estuviera atendiéndolas en un trámite mientras decía cosas muy cariñosas.  Su abuela lo felicitó porque hacía poco había sido su cumpleaños.  Era su hermano menor.  Le dio un beso.  También le dio un sobre.  Él lo guardó rápido en el bolsillo y cambió de tema aunque no hablaban del sobre, pero la actitud fue ésa.  Una compañera de su tío se acercó a saludarlas.  Ponderó la ropa de su abuela y hablaron de sus viajes. 
      Cuando salieron, caminaron  esquivando en tándem las islas de gente.  Pasaron por la puerta del Safico.  Su abuela le contó que  una vez, ahí,  había subido en el ascensor con  Bob Hope.  Le dijo que Bob Hope era un antipático, como muchos humoristas, famosos por  el mal carácter. Los escritores son personas de pocas palabras, los pintores combinan mal los colores al vestirse y así con todo, le dijo. Fueron a tomar algo al Paulista.   Los mozos apuraban pero  sabían atender.   Su abuela le contó que su hermano menor  siempre había dicho que sería abogado.  Una no tiene que creerle a la gente todo lo que dice, le dijo su abuela.  Ella lo quería porque era su hermano menor y por eso nunca le había creído, le dijo, riéndose.  En el Paulista había unos frascos grandes de vidrio con Biznikes Nevados de otro siglo. Y ese olor a café que supera al café cuando llega el momento de probarlo.

Esther Cross
Foto: Silvia Pichel


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