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viernes, 2 de diciembre de 2011

Robocop, Carlos Ríos


Ellos venían siempre por Juncal, los martes y los miércoles, a veces los jueves, nunca los fines de semana, me daba cuenta porque desde el departamento se escuchaba un zumbido de abeja que después se hacía más grande, como el que hace una roldana cuando lleva el balde vacío hasta el fondo del pozo, entonces le decía a mi hija nena haceme un favor, poné agua en la olla que ahí están de nuevo, les voy a dar de comer, y ella me respondía otra vez con lo mismo, mamá, no me hagás pasar vergüenza porque acá no estamos en el campo, no te das cuenta que a esos pibes no los quieren, se la pasan molestando y rompen las baldosas y las plantas. Cuando a mi hija le tocaba ir al hospital de tarde me hacía una panzada: antes de que ellos llegaran les cocinaba, sacaba los platos a la calle, me fijaba que no anduviera algún perro entrometido y después me quedaba a espiarlos, haciéndome la distraída, me gustaba ver como primero esquivaban los platos, hacían maniobras como de circo, y en un ratito zás, levantaban los pancitos de polenta y se los llevaban a la boca sin bajarse de sus tablas, era una fiesta verlos. Hasta les ponía nombres: al de musculosa roja y anteojos que regentaba a todos le puse Robocop, me daba risa que siendo tan flaquito se hiciera el dueño de la calle, eso que era el que más veces se caía.

Carlos Ríos
Foto: Ricardo Watson

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