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jueves, 1 de diciembre de 2011

El eterno retorno de las calesitas, Victoria Bayona



El viejo sostenía la sortija como si de ello dependiera la estabilidad del cosmos.
A su lado desfilaban caballos blancos, cisnes encantados, autitos de colores, pirulines y gritos. En el cortejo absurdo e infinito sólo cambiaban, a intervalos periódicos, los rostros de los niños, dominados por la oscura ambición de arrebatarle su tesoro, su bien más preciado, el cetro que lo convertía en el rey de Parque Chacabuco.
Atormentado por su destino de elegir a quien dar y a quien quitar, Don Nicolás vivía una vida de tribulaciones.
Por las noches sufría, presa de los remordimientos. Regresaba a su memoria las caras de los que habían sido premiados durante el día. Intentaba convencerse de que no se había equivocado con el chico de pecas, ni con el de la sonrisa sincera... Ah, pero aquel rubio, con ése no estaba tan seguro. Sus ojos se habían vuelto pequeños e inyectados al obtener la sortija, y la boca se le había torcido con la mueca inconfundible de los ambiciosos. ¿Había sembrado en él el mal de la codicia?
Nicolás se dormía entre lamentos, y muchas veces despertaba intranquilo.
Un lunes puso en marcha la calesita sin encender la música. Trepó a uno de los caballos, y pasó la tarde mirando sin mirar el palo borracho en flor, el tobogán, las hamacas, el portón dorado del edificio de enfrente, la heladería, el palo borracho en flor, el tobogán, las hamacas, el portón dorado del edificio de enfrente y así una y otra vez, mientras los paseantes se apiñaban en torno a su pasar patético.
No fue sino hasta que uno de los niños decidió tomar cartas en el asunto —en parte fastidiado por lo aburrido del espectáculo—, que la situación cambió.
Se paró a un costado y sostuvo su chupetín en alto.
Con tranquilidad esperó a que el viejo, que estaba por el otro lado, apareciera del suyo. Nadie pudo olvidar nunca la expresión de Don Nicolás cuando sus ojos se posaron, grandes y redondos, en la mano inquieta que blandía la sortija improvisada.
Apretó la mandíbula, tensó músculos, midió la velocidad, la intensidad del viento y la distancia… Estiró la mano, sacó la lengua, y se reclinó hacia adelante. “Tan sólo unos centímetros, si me esfuerzo un poco…”.
Sus dedos rozaron la superficie envuelta en celofán. El corcel lo alejaba, lo llevaba lejos, sintió cómo su corazón se contraía de pena, de reproche y desencanto. En una fracción de segundo se obligó a no darse por vencido y fue entonces que logró ser lo suficientemente rápido como para voltearse, dar un manotazo, y hacerse de la esfera azucarada.
El tiempo se detuvo.
Silbó el viento en sus oídos.
Las lágrimas cayeron hasta mojarle la sonrisa.
Bajó de la calesita en movimiento con una destreza envidiable. No dijo nada. Mantuvo la mirada fija en su trofeo y, sonriendo tanto que le dolía la cara, se fue caminando por Asamblea, mientras sentía cómo una mano de mujer le revolvía el cabello y con su voz eterna y conocida le decía: “Bien hecho, Nicolás. Bien hecho”.





Victoria Bayona nació en la ciudad de La Plata en 1978. Es Profesora de Dibujo, egresada de la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón. Además de escribir, trabaja como docente e ilustradora y se perfila como una de las precursoras del genero Fantasy en Argentina. En Julio de este año publicó su primera novela, “Camino a Aletheia”; con ed. Norma. Más info en: https://www.facebook.com/#!/pages/Camino-a-Aletheia-Victoria-Bayona/193489454024783


Foto: Ezequiel García

2 comentarios:

  1. Una descripcíón dulce y conmovedora del Parque Chacabuco y su calesita para los que pasamos parte de nuestra infancia allí!
    Que no daría por dejar las preocupaciones del día y sentarme a girar en esa calesita! Gracias por recordarme mi hermosa infancia!
    Pato

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