Así, para algunos, estacionado en la calle, no
dice nada, pero para mí que le vengo siguiendo el rastro hace tantos años, sí
que dice, y mucho; a esta altura, quizás diga demasiado. Lo que sí, a pocos le
importa. Un puñado, nomás.
Ése martes, a la tardecita, después de todo el
quilombo de canas, periodistas y curiosos del barrio, se lo llevó la grúa
derechito por Avellaneda. Hubo gran revuelo, nadie sabía qué hacer. Tenían
miedo que de la noche a la mañana se convirtiera en un emblema. A este país le
encantan los emblemas, y si son mortuorios, mejor todavía. Basta con el caso
del cadáver de la Señora como ejemplo.
Un Torino TS cuatro puertas, colorado, un lujo
para le época. Se dijo que estuvo un tiempo guardado en un garaje de la
Confederación. Después le perdí la seña, hasta que me batieron la ficha de que
estaba en un corralón en Boedo, todo picado a los costados. Cuando fui, ya no
estaba. Y otra vez a empezar de cero, a recolectar datos, falsos,
contradictorios.
Lo mismo había pasado con el Ambassador del viejo.
Alguien lo encontró tirado en un barrio del conurbano. Estuvieron a punto de
hacerlo chatarra, hasta que chequearon la chapa y vieron que estaba a nombre
del Sindicato. Por esa simple
formalidad pudieron recuperarlo.
Los restauradores son magos. Agarran un fierro todo oxidado y lo vuelven a la
vida. Como a este Torino, que por fin vengo a encontrar, acá, estacionado cómo
si nada. El dueño, un pelado, ni debe saber lo que maneja. Debe pensar que es
un Torino cualunque. Pobre, se va a morfar un garrón de aquellos. Pero así se
dan las cosas. Las órdenes son claritas: encontrar el Toro, llevarlo al galpón
y no dejar rastros.
Tiene varios kilómetros hechos. En aquella época,
el petizo casi que ni lo usaba. Seguro que el pelado viaja por la provincia a
competencias de exhibición, lo tiene hecho un chiche, todo lustradito. ¡Increíble!,
ni un rasguño, parece mentira con los buracos que le hicieron los impactos de fal.
Al menos cayó en manos correctas, lo digo por el calco de las Islas, otro
emblema Nacional. Las cosas se acomodan solas, tarde o temprano. Lo pienso
mientras miro en el vidrio de atrás, el reflejo de un día casi peronista, si no
fuera por esas nubes que parecen humo de cigarro.
Juan
Marcos Almada
Foto: Albano García
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