Ya es de noche.
Regreso a casa y tiemblo al evocar cierto mito urbano oído al pasar. El día es
largo pero está por terminar. Alguien camina a mis espaldas, entre las sombras,
persiguiéndome quizás porque no pagué el último café, que espero no sea el último.
Marché del Bar La Paz
con la idea de suicidarme, pero me arrepentí, y todavía sigo vivo aun
sintiéndome muerto. La próxima vez no fallaré y saldré con vida de cualquier
intento de muerte. Cancelaré las cuentas y hasta dejaré una buena propina. No sea
que existan esos mozos seriales que acorralan a los suicidas que huyen
convencidos de que podrán abandonar impunemente sus deudas.
Foto: Matías Canelson
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