El hambre y las ganas de coger-- ¿ya hablamos de eso? Porque
son las 12:52 y estoy tirada en la cama y no puedo pensar en otra cosa. Digo,
voy a la cocina y agarro un cacho de queso, agarro una mandarina y en el fondo
no es que importe lo que agarre, no importa si comí todo o no comí nada en todo
el día. Podría ser toda la comida del mundo que volvería igual llena de hambre,
a quedarme boca abajo y pensar que en realidad estaría en el río, siempre en el
río que es desde el Tigre hasta la Costanera Sur, cachito más, y yo monito a
upa, de frente, encima de ese chico.
Al río a los dieciséis y el telomóvil. Anchorena, las
barrancas de Alvear antes de que nos las pusieran tan caretas. Que llevábamos
los autos con las heladeritas y el alcohol, mi época de tetra y las fogatas.
Siempre había un chico y si no había un chico eran todos los chicos y
bailábamos alrededor del fuego, histeria lesbi, calentándolos a todos y que se
curtan por ser tan inadecuados, ser tan no-los-chicos que queríamos que estuvieran,
con telomóvil y unas pepas y ver el amanecer con las marcas en los dos cachetes,
que mis cachetes no están tan acostumbrados a reírse tanto todo el tiempo.El
río a los diecisiete ahí cerca de Pachá después de las fiestas de egresados, antes
de volver al cole para meter borrachas unas pasas de uva en un tubo de ensayo, tomar
notas en inglés y que mandaran nuestros exámenes al exterior para que los corrijieran
y nos dijeran ah, pero qué encanto. Carlos tocándonos la puerta del auto los días
jueves con los dos vasos de café con leche listos, ir al baño de su kiosko y
ponernos el uniforme, fumar alguna cosa, desodorante en spray y disimular
apenas, lo justo y necesario, las marcas del rimmel corrido.
Río a los dieciocho, en el auto abrir los ojos en medio del
garching y dos policías duros, uno en cada ventana, enojados porque se acaba el
espectáculo. Cortar la paralela al río porque pintó coger ahí. Cortar España a
la altura del semáforo de Liber, y estar en el asiento de conducir y la pierna
trabada en la bocina, sonando, hasta que el fusible se me queme.
Río de la Costanera Sur, huir de la universidad para flashar
Reserva a la mañana. La Costanera Sur antes de que la caretearan, sola, con la
Reserva que era el telo de los pibes de sin-cerveza-no-hay-amor San Telmo,
también algunos de Barracas. Tirar piedras. Especular la entrada de la
Creamfields -que será eso- que no podíamos pagar. Los carritos de bondiola eran
ambulantes de verdad: había arreglo pero de golpe zas, y había que levantar
todas las cosas.
Ocho años más tarde, por el Tren de la Costa y por el
costado zombie de Puerto Madero, el río que es correr, que es la forma
legitimada, para mis casi treinta, de volver a huir. Tres veces por semana, o
un día sí y un día no. O en invierno: cuando no está lloviendo. Cuando la gente
que no es yo empieza ir a trabajar y alguna de la gente que antes era yo camina
ahí, más silenciosa, más muerta viva que a ninguna hora, escuchando a los
pajaritos y entristeciéndose apenas, preparándose para esconderse, para
guardarse y otro round. Hace un frío de cagarse y mucho viento a las siete de
la mañana en Puerto Madero. Vas a mear a Starbucks, que pega con el ipod. En el
lado zombie le pedís al viejo que le cuida el carro Ernesto y es mentira, si no
consumís igual te lo abre. Pero los baños químicos, ah. Del lado zombie,
encima, si estás corriendo capaz de golpe que te gritan ʻbombonazoʼ. Y
bombonazo es gorda-- we agreed.
Gorda gorda barril sin fondo que me morfaría hasta no sé:
una pata de pollo, o el chocolate Milka de mi hija ahí guardado. El hambre de
los vegetarianos es distinto, pero el hambre de los que no cogen es mucho peor.
Me mudé como catorce veces, en algún momento pegué suerte, o
corredor del bajo-bajo, y empecé a ver pedacitos de río. Pedacitos del Puerto
de Olivos, los mástiles de los barquitos o las jirafas-dinosaurio esas
gloriosas que son las grúas del Puerto de Buenos Aires, más cuando se va
asomando el sol. Esas desde Plaza San Martín, que queda en Retiro pero no es
Retiro. Antes de que viniera la camioneta para el cole, amanecer con la Fragata
Libertad entre el sol y nos. Encerradas, por supuesto, pero mamita: qué buena
vista. Desayuno de campeonas que dependiendo del humor es Yogurísimo, banana y
Zucaritas, o café más cigarrillos-- dependiendo del humor, del sexo, de la
época del año.
A todos mis chicos, perdón chicos, los he llevado al río. El
río y los chicos es saber un poco con qué es que estás lidiando. Hay chicos
mejores que otros chicos. Hay chicos a los que les pican los mosquitos y chicos
que te bailan lento lento suavecito la música ochentosa que nos sale fuerte, de
golpe, desde los parlantes de un carrito. Pibes que te buscan servilletas
porque tuviste que hacer pis por vez decimoquinta y todavía no llegó la época
gloriosa los baños químicos. Pibes que te quieren ya, y es irse a un telo.
Pibes que te elogian las tetas, que se
dan cuenta de ese fuego artificial condensado que es la luna cuando va
asomándose en verano. Pibes que no saben chupar, pibes que no saben charlar,
pibes a los que les molesta que nos miren. Pibes que me dan un hambre bárbara, me
dejan poner fea, pibes que me elogian camisón y que me traen algo rico, aunque
en realidad no quiera nada, por las dudas, mucho más tarde, después, cuando
llegamos a la cama.
Texto y foto: Lola Copacabana (just Lola)