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martes, 13 de diciembre de 2011

Grand Splendid, Julián López


Todavía sueño apostarme enfrente de uno de esos shoppings y aguardar sin gesto el momento exacto: el público llenando el hall con esos baldes de popcorn, mandando mensajitos ansiosos antes de la función mientras en la terraza de enfrente monto el taco del rifle en el hombro derecho, mantengo la mirilla serena en el inicio de una nuca cualquiera. Una suave inspiración, jalar el gatillo y seguir la secuencia muda: el revoleo del balde de pochoclo y el cuerpo que cae de rodillas y sin nervio. Después otra nuca. Y después otra nuca. Y otra. Desarmar el fusil, guardarlo en su cuna con olor a nuevo al tiempo que el piso de Hoyts lo gana una marea de sangre granizada de estúpido popcorn. Hacerme a la calle silbando Desencuentro. Fin.
¿Cómo fue que llegamos a esta etapa tardía de la conquista? Ahora la gente se sienta en butacones como de viajar a la luna, un universo moquette con el murmullo asqueroso de las mandíbulas triturando granos de maíz explotado en cápsulas de techo alfombrado y asfixia consumista.
Cuando el cine era el cine, las salas de Buenos Aires eran galpones enormísimos, revestidos con la fórmica o la boiserie correspondiente a cada barrio, con butacas como cuadrículas de ratones clonados y ventiladores de buque nazi apostados para aniquilar al tufo. Hangares espaciosos que prometían la épica del viento y en los que la película se aparecía en todas dimensiones, uno podía rezarle a las vírgenes del celuloide en medio de la muchedumbre y aún estar a solas en un mar maravilloso; con la boya, cada tanto, de un chabón de moño voceando palito, bombón, helado.

Julián López
Foto: Martín Lopo


Posted by Picasa

1 comentario:

  1. buenísimos texto y foto!! Anque los butacones de mirar la luna a mí me encantanmm! yo extraño el chabón de moñito, el Laponia bombón helado! y la doble función matiné!!!!

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