Todavía
sueño apostarme enfrente de uno de esos shoppings y aguardar sin gesto el
momento exacto: el público llenando el hall con esos baldes de popcorn,
mandando mensajitos ansiosos antes de la función mientras en la terraza de
enfrente monto el taco del rifle en el hombro derecho, mantengo la mirilla
serena en el inicio de una nuca cualquiera. Una suave inspiración, jalar el
gatillo y seguir la secuencia muda: el revoleo del balde de pochoclo y el
cuerpo que cae de rodillas y sin nervio. Después otra nuca. Y después otra
nuca. Y otra. Desarmar el fusil, guardarlo en su cuna con olor a nuevo al
tiempo que el piso de Hoyts lo gana una marea de sangre granizada de estúpido
popcorn. Hacerme a la calle silbando Desencuentro. Fin.
¿Cómo
fue que llegamos a esta etapa tardía de la conquista? Ahora la gente se sienta
en butacones como de viajar a la luna, un universo moquette con el murmullo
asqueroso de las mandíbulas triturando granos de maíz explotado en cápsulas de
techo alfombrado y asfixia consumista.
Cuando
el cine era el cine, las salas de Buenos Aires eran galpones enormísimos,
revestidos con la fórmica o la boiserie correspondiente a cada barrio, con butacas
como cuadrículas de ratones clonados y ventiladores de buque nazi apostados
para aniquilar al tufo. Hangares espaciosos que prometían la épica del viento y
en los que la película se aparecía en todas dimensiones, uno podía rezarle a
las vírgenes del celuloide en medio de la muchedumbre y aún estar a solas en un
mar maravilloso; con la boya, cada tanto, de un chabón de moño voceando palito,
bombón, helado.
Julián López
Foto: Martín Lopo
buenísimos texto y foto!! Anque los butacones de mirar la luna a mí me encantanmm! yo extraño el chabón de moñito, el Laponia bombón helado! y la doble función matiné!!!!
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