Somos cinco. En la
foto parecemos amigos, pero si se mira de muy cerca se nota que algo tenemos en
común. Julián le sonríe a Julieta. Yo estoy atrás, retrasada. Lo que más me
acuerdo de ese día es el parque. Porque era la primera vez que iba y porque mi
tío me dijo que ahí vivía un fantasma. Para mí, desde ese momento, fue el
parque de la decapitada.
En ese encuentro aprendí una cosa: con
mis primos nos parecíamos, mucho. Otra más: no es recomendable andar en karting
con vestido: se pierde velocidad y cualquiera te gana. A mí me ganaron todos, y
eso que yo era la más grande.
Después de ese día que llamamos “el
encuentro internacional de primos”, casi no nos vimos más. No teníamos
teléfonos para llamarnos, no sabíamos dónde vivíamos. Así que durante muchos
años, en mi cabeza, todos nosotros estábamos todavía ahí, dando vueltas
imposibles viendo quién alcanzaba a quién.
La primera pregunta que me hago es por
qué decidieron que nos teníamos que reunir ese día. En parte, supongo, fue más
fácil delegarnos la consolidación de la familia. Un plan perfecto: aunque entre
los 4 y los 7 años se complica muchísimo extender una amistad sin teléfonos ni
casas cercanas, la memoria hace maravillas fijando imágenes y parentescos. Así,
en una tarde, nos convertimos en primos perfectos, de esos que son tantos que
alcanzan para jugar a la mancha, enloquecen a un heladero consultando todos los
gustos, liberan a un perro atado a un árbol para que su dueña lo persiga, se
trepan al monumento más alto de lo que pueden y tocan una punta del cielo con
irreverencia; primos de los que saben que son todopoderosos en ese instante
perfecto en el que se corren en bajada para alcanzar un primer puesto a pedales.
Nosotros hubiéramos sido capaces de hacer guardia frente a la Iglesia hasta que llegara
la decapitada: ése fue nuestro plan. Pero nuestros padres tenían otros y ahí
nos despedimos con la promesa de volvernos a ver pronto. Dentro de un mes o la
semana que viene. Pasaron años.
Los cinco que estamos en la foto nos duplicamos.
Nació mi hermano Nicolás. Nacieron Gaia, Vaine y Michay. Cata creció tanto como
para andar en karting. En verdad, todos crecimos. Y como corresponde a gente
crecida con un trabajo estable, un departamento con expensas, parejas, mascotas,
una tarjeta de débito, plantas sin regar y urgencias, muchas urgencias,
seguimos adelante. O algo así. A veces es fácil olvidarse de la existencia de
otros. O suponer que están bien. Porque siempre es lo más fácil de suponer.
Mientras, volví al parque millones de
veces. Puedo enumerar las principales causas: una primera cita fallida debajo
de los faroles; una primera cita exitosa debajo de los faroles; comprar
vestidos en la feria para un corto; escuchar tocar a mi hermano en las
escalinatas; visitar el museo; pedir un kilo de sambayón en la heladería de
enfrente; esperar el colectivo que va a La Boca ; el que va a Quilmes: pasear a mi perra.
No me acuerdo de haber visto a los
kartings otra vez. Puede ser que por eso, en cierta forma me olvidé del “día
internacional de los primos”. Lo que sí, durante muchos años me acordé de la
historia de la decapitada sin tener referencias de quién me la había contado.
Hace un mes, por Facebook, me escribió
mi primo Julián. En la foto, a la izquierda, peleando el puesto con Federico. Y
todos nos reencontramos, salvo Nicole -por cuestiones estratégicas se le
complicaba el vuelo-. A dos cuadras del parque vive Julián y es músico como
Nicolás. Yo vivo a veinte.
Comimos pizza, tomamos cerveza,
hablamos de discos, de nuestros gatos, de los primos que no pudieron llegar. Nos
presentamos nuestras parejas. Y así, llegamos a la decapitada. Mi hermana sacó
el tema como un cuento urbano y Julián le hizo recordar los kartings y la tarde
en la que a Federico se le cayó el cucurucho. Eso yo no me lo acordaba. Hay una
foto, dijo alguno. Y verla fue la evidencia del paso del tiempo: del otro lado
están nuestros padres a nuestra edad; y de este lado, nos miramos con la
complicidad de amigos que se reencuentran en un camino de Siberia sin saber
cómo llegaron a donde llegaron -tal vez un plato volador-.
Ahora somos amigos de Facebook, vivimos
a pocas cuadras, y los cinco sabemos que la decapitada existe. O eso le vamos a
decir a nuestros hijos, para que se lo digan a los suyos. Porque los primos,
además de correr carreras, fundan sus propios mitos. El nuestro empieza en una
tarde de los ochentas cuando en Lezama había kartings y la decapitada esperaba
la noche para deambular sin sol.
Jimena Repetto
Foto: archivo Familia Repetto
Fantastico recuerdo al verlo como una madre que sacaba fotos y pensaba que el mundo iba a ser de encuentros en vez de separaciones. Marina Repetto
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